Últimamente con todo este despertar de la neurociencia, la neuroeducación y la «neuro-TODO», estamos tomando más y más conciencia de la importancia de conocer el funcionamiento del cerebro, de entender cómo potenciarlo, cómo utilizar recursos y cómo diseñar las clases, las terapias y el día a día para lograr una mayor eficacia en los resultados. También vemos como últimamente el cerebro se está convirtiendo en el protagonista indiscutible de cursos, ponencias y artículos e investigaciones que respaldan el hecho de que el secreto de nuestras vidas radica en él.
Siempre hemos defendido y apoyado la idea de que esto es importante, de que estudiarlo, conocerlo y tenerlo en cuenta cambiará radicalmente la realidad de niños y adultos en diferentes ámbitos.
Pero ante la creciente tendencia que se empeña a veces en reducirnos a nuestro cerebro restando con más o menos desprecio el papel de otras partes de nuestro cuerpo y nuestra alma, queremos hacer una llamada a recordarnos que somos mucho más. Afirmar y defender lo contrario sería como decir que un ordenador es lo mismo que la persona que lo maneja.
Investigaciones y estudios que se han hecho en los últimos años y décadas, por ejemplo en el campo de la física cuántica, ponen de manifiesto que aún hay mucho por descubrir y que las actuales teorías operantes no pueden dar respuesta a la incógnita misteriosa del funcionamiento humano, que una y mil veces encaja más con la excepción que con la regla.
Annie Marquier, matemática e investigadora, explicaba hace ya algunos años que «se ha descubierto que el corazón contiene un sistema nervioso independiente y bien desarrollado con más de 40.000 neuronas y una compleja y tupida red de neurotransmisores, proteínas y células de apoyo. Gracias a esos circuitos tan elaborados, parece que el corazón puede tomar decisiones y pasar a la acción independientemente del cerebro; y que puede aprender, recordar e incluso percibir. El corazón envía más información al cerebro de la que recibe, es el único órgano del cuerpo con esa propiedad, y puede inhibir o activar determinadas partes del cerebro según las circunstancias, pudiendo influir en nuestra percepción de la realidad y por tanto en nuestras reacciones. Es el corazón el que produce la hormona ANF, la que asegura el equilibrio general del cuerpo: la homeostasis. El campo electromagnético del corazón es el más potente de todos los órganos del cuerpo, 5.000 veces más intenso que el del cerebro. Y se ha observado que cambia en función del estado emocional. Cuando tenemos miedo, frustración o estrés se vuelve caótico. Está demostrado que cuando el ser humano utiliza el cerebro del corazón crea un estado de coherencia biológico, todo se armoniza y funciona correctamente, es una inteligencia superior que se activa a través de las emociones positivas.»
Cuando uno entiende esto, cuando lo ha podido experimentar,… sabe que aunque cambiar las metodologías, los diseños o arquitecturas de las aulas sin duda ayuda, de poco va a servir si en lo más profundo de lo que somos los estados que siguen predominando en nosotros, los adultos, es el estrés, la ansiedad, el miedo, la falta de capacidad para estar presente, la escasa conciencia de nuestro cuerpo, nuestra respiración, las preocupaciones, el juicio, la crítica, la falta de empatía, de cariño y aceptación incluso con nosotros mismos.
Cada vez está más probada la eficacia de realizar actividades como el yoga, la meditación, la música, el arte, el teatro, la filosofía y la danza por hablar de las más conocidas. Todas ellas nos ayudan a generar una sintonía, un equilibrio en nuestro cerebro, en nuestro corazón y en nuestra parte más inconsciente. Trabajar con los símbolos, las historias, la intuición, los abrazos… es algo no sólo necesario sino vital en el ser humano.
Nos encantan palabras como neocórtex, lóbulo frontal, funciones ejecutivas, neuronas, gamificación, sistemas sensoriales, cerebro, ciencia. Las usamos y trabajamos con ellas todos los días… pero ya que hablamos de integración, perdamos de una vez el miedo a reconocer que no sólo somos cerebro izquierdo, sino también cerebro derecho, y que no sólo somos cerebro sino también corazón, que existe la lógica y la ciencia, pero también la intuición, el amor y la energía, que somos mente pero que también somos cuerpo y espíritu, que somos eso y por supuesto mucho más que la suma de todas esas partes. Y que por suerte, pase lo que pase, seguirán existiendo razones que la razón nunca podrá entender.
María Ángeles Sancayo. Terapeuta Ocupacional